FERROCARRIL: CAMINO DEL AGUA
Agua, eres fuente de toda cosa y de toda existencia…
Ellas preceden a toda forma y sostiene toda creación…
Rogaba el sacerdote védico, acharvaveda…
Juan Carlos Cena *
Tanque de agua
Trenes aguateros, tanques de agua, cisternas en cada estación, acueductos, estaciones de bombeos, plantas potabilizadoras y purificadoras de agua, cateo y registros de las napas subterráneas y humedades por toda la geografía enrielada. Esos eran los caminos del agua ferroviaria.
Según ciertas teorías, que casi son certezas dicen que la vida se origina en el agua. También dicen que en un principio la vida, poco a poco, cautelosamente se fue asomando fuera del agua, como quien curiosea. Al rato, dicen que desde las orillas de las playas espió los arenales y todo lo que tenía por delante, sospechó en ese espiar, con sus ojos de agua, que había más cosas al frente. Dicen que arañando y reptando con sus acuosos dedos se asomó y espió. Al rato curioseó de nuevo, por esas cosas de las preocupaciones. Avanzó más y más, y en uno de esos asomos recibió el sol y el aire que ya circulaban tibios. Dicen, que estos la acariciaron como una invitación. Por averiguación no más se asomó en las noches, observó el movimiento de la luna y los ojos del cielo, ahí no más reptó recelosamente por esas oscuridades iniciales, siempre escrutando. De tanto escudriñar a cada rato se le fue alargando la mirada y sus ojos ovalando.
Dicen que dicen que así fue como ocurrió: se animó primero, tomó valor a puro coraje impulsando otro impulso, y así. La vida crece y se desarrolla a puro coraje. Sin esperar, a pura ansiedad, se propuso ir a más, y de tanto asomarse e ir a más, aprendió a subsistir fuera del agua. Con el tiempo le crecieron patas renovando los dedos de agua. Otras vidas asomadas en ese reptar acamparon, al asentarse eligieron, porque eran libres, como andar fuera del agua. Algunas optaron por las alas, otras por patas cortas o largas; según sea la necesidad y la ansiedad, otras, tímidas y desconfiadas siguieron reptando hasta la fecha.
Una a una se fue metiendo en las espesuras verdes de la tierra, y más tarde, la enriquecieron con más vida. Al tiempo nacieron las primeras vidas fuera del agua, y así, inacabadamente siempre más y más. Se estaban multiplicando. La vida había desembarcado y se reproducía. Me consta, soy un reproducido, por eso estoy escribiendo, y el que lee este escrito del mismo modo… ¿o no?
La vida caminó, rodó, orilló en acantilados, fiordos, lugares serenos, socavones de agua fría, y otras no tanto. Como una larga cabellera, se fue desprendiendo de su vientre acuoso, poco a poco y a cada rato.
La vida no desembarcó sola, trajo al agua consigo. Así siguió la cosa, agua y vida. Desembarcaban ambas sin cesar enredadas en sus pelambres que se sumaban a las otras que ya se habían adentrado, fue entonces cuando ocurrió la multiplicación. Siglos tras siglos, ratitos tras ratitos, se fue poblando el interior de la tierra con más vida, unas menudas otras grandes, volando, gateando, reptando, escarbando la cáscara del suelo para vivir debajo, y así.
Desde el arribo fueron de andar juntas, como antes, vida y agua. Hubo un tiempo en que la vida se erectó, y ahí no más, en un rato que duró siglos, le creció el dedo pulgar. En otro ratito temporal de espacios construyó la primera herramienta y creo el trabajo, un poco más tarde, los sonidos sordos guturales de sus gargantas se le hicieron palabras, y al juntarse, de a ratitos y entre todos, armaron el lenguaje; y para no olvidarse (venían con la memoria y el olvido a cuesta) apelaron a la piedra y al jugo de las plantas. Las machacaron y estamparon signos que luego les recordaría su historia. Inventaron la memoria escrita.
A todo esto, la vida ya sabía de la vital importancia del agua: ella era su líquido amniótico; pero además, la mantenía a la vida con vida. Para vivir la vida, él erecto, inundó tierras secas, hizo crecer el verde, desvió torrentes, le quitó la sal a la del mar, y la bebió; empujó a la vida a los interiores a través del agua.
Así, de esa manera arrinconó a las arenas, a las salinas les paró el avance, y con los árboles atrincherados, aplacó los vientos. La vida penetraba los socavones de la tierra, la humedecía.
Inventaron y se reinventaron recipientes para guardar el agua, como las calabazas ahuecadas, vejigas, cueros cocidos a tiento, el verde se hizo madera y apareció el tonel..., así no más de seguido en el ajetreo del tiempo. Escarbando la tierra les apareció el metal, lo limpiaron, lo derritieron y de a ratitos, golpe a golpe sobre el fuego lo hicieron vasija, lo llenaron de agua, lo hicieron rodar, y se comía las distancias, pero faltaban más trayectos por recorrer.
Más tarde, estos empecinados erectos, calentaron el agua en esas vasijas metálicas, y descubrieron que en el hervor aparecía una fuerza vaporosa cuando ella era encarcelada. Esta, el agua vaporosa desencadenada una terrible fuerza buscando escape, su liberación. Los erectos le buscaron un hueco a la liberación del agua, al encontrarlo la transformaron en movimiento, habían canalizado la fuerza provocada por el escape.
Desde que a la vida le creció el pulgar todo se aceleró. Los erectos ya soñaban. Un día soñaron algo. La vida erecta siempre soñaba. Aparecían las imaginaciones de la vida. Una de las ensoñaciones fue, ¿A que no saben qué? ¡Ja! ¿A que no saben que, ah?: soñaban que inventaban una máquina de vapor…
¡Ja! ¡Semejante sueño, de no creer, y que esta era el aliento del agua!; digo: por el vapor de agua. ¡Qué lo parió! El agua transformada, el agua vaporosa, el agua encerrada que busca liberarse; es el vapor de agua en movimiento, y así: meta vapor de agua no más es que se inició el acarreo, de ida agua; regresando: el cereal múltiple, los frutos, otras piedras, otra gente... y el vino.
Detrás de las locomotoras acoplaron vasijas metálicas con ruedas, inventaron el tren, y al expandirse el ferrocarril, y desde ahí se comieron las distancias.
Entre acarreo y acarreo penetraron montes, suavizaron salinas, alisaron quebradas, abrieron picadas, se fueron haciendo un lugar, y ahí no más, parieron, se aquerenciaron, y desde ese lugar incursionaron más adentro, y así...más adentro. El territorio de adentro se fue poblando. Más tarde, se rompieron los silencios ocultos de la tierra, y por entre las grietas de la rotura, aparecieron las tradiciones, el dioserío, los cantos, los cántaros, la música y los fermentos. Los de acá, le convidaron a los de allá. Entre los jugos cálidos y aguardentosos; se mezclaron los cantos, los dioses arreglaron sus jerarquías; parieron y se juntaron con los otros de más allá...de más lejitos, y así, todo se fue estirando... más adentro. El agua acarreada por la fuerza del vapor los juntaba, la vida se expandía... más y más adentro.
Después, todo fue rutina. El vapor traía el agua en recipientes redondos de metal rodando, por caminos de metal. Rutina que se anunciaba de lejos. ¡¿Que si se anunciaba?! Se escuchaba el pitazo de la locomotora de vapor. Este se elevaba como una columna cónica, como si el sonido de vapor tuviera forma. Se divisaba el vapor, y ahí no más, al ratito, llegaba el sonido del pitazo. Uno muy particular.
Era como un juego, entre los niños del andén y el viento. Estos, divisaban la columna cónica blanca, cateaban el viento de ese día, y después, ver quien acertaba la llegada del pitazo. Ese muy particular: blanco cónico.
Viento en contra, de costado o a favor, todo un juego. El vapor y... ¡ahora! ¡No! ¡Ahora sí! ¡Viene, viene, sí viene! El griterío por el acertijo. Apuesta sin premio. Incluía sólo la satisfacción de acertar. Porción de alegría que traía el vapor y el agua acarreada: El Tren Aguatero.
Agua, vida, alegría, todo junto. Juego natural y fresco. Rutinario, esperado. Larga y triste era la espera cuando la rutina se alteraba. Algo ocurría. Comenzaban los primeros atrasos. El inexplicable atraso. Esto fue lo primero. Más tarde, mucho más tarde, ya no fue rutina. Venía, sin horario y salteado. Muchas veces de noche, a hurtadillas. Como: un dejo el agua y me voy. El silencio de la descarga, solo ruidos del enganche, acoples y la bocina invisible de la locomotora diesel.
Pero venían, nunca dejaron de venir. Diagramar trenes de agua era un acto solidario de los ferroviarios, como una costumbre, diría: genética. A pesar de las preferencias lucrativas de otros cargamentos. Aquí el lucro era la vida. Capricho de ferroviarios. Nunca dejaron de venir, repito. Como sea, pero el agua llegaba. Siempre. Sólo que el vapor quedó cansado y vencido: desapareció el pitazo, la columna de vapor y la llegada anunciada. El cambio, luego la nostalgia por esos juegos infantiles. La locomotora de vapor, juguete enorme y furioso, aportaba su chorrito de vapor; y el pitazo cómplice del maquinista, sabedor del juego, contribuía al estallido de la risa, y el brincar de la alegría. Sencillo juego de esas sencillas vidas. El ferrocarril dejó de hacer esos esfuerzos de vapor. Otra tecnología acarreaba el agua. Luego, vino lo que vino., el camino del agua se oxidó.
Pero los ferroviarios no sólo transportaron agua, sino que, cuando comenzó el acarreo vaporoso del agua, casi en forma simultánea, otros fueron a perforar las entrañas de la tierra. En cada Estación, según sea, al lado no más, según sea el agua, un tanque se elevaba, vigilante y húmedo. Abajo, se instalaba una cisterna, según sea las cantidades de bebedores. En otra estación se repetían, y más allá también, tanque o cisterna, o los dos, según sea el Pueblo bebedor.
Tanques vigilantes y húmedos, era lo primero que se divisaba y anunciaba: aquí hay vida. Agua y vida. En ese mismo lugar abrevaban las locomotoras, coches de pasajeros, encomiendas, vagones, trenes con ganado, y así. Cisternas de acopio para repartir más adelante y más luego, donde la entraña de la tierra fuera seca.
El ferrocarril calmaba la sed. El ferrocarril transportaba agua y daba vida. Pobló el territorio de vida. Se metió en terrenos inimaginables. Donde no se pudo perforar el caparazón de la tierra construyó sobre ella gigantescas vasijas metálicas.
Tan importante era para el ferrocarril el agua, que dentro de sus estructuras contenía a otra: el Departamento de Servicio de Agua, era la Obra Sanitaria Ferroviaria. Había un Comité de Agua por línea, y desde esa sección se coordinaba todo lo que tenía que ver con el agua. El relevamiento de todas las napas, ríos subterráneos, salinidades del país, estaban ahí, en sesudos estudios. Como agregado, un pluviómetro en cada estación. El ferrocarril tomaba las humedades de todo el territorio enrielado.
La importancia del agua para el ferrocarril fue tan seria que cuando se efectuaba el cálculo del presupuesto, el agua tenía su columna en la inversión. ¿Lucro? ¡No! Se invertía para la vida, que joder. ¿Cómo lucro…? Proyectos, ampliaciones, conservación. El objetivo era surtir agua. Puedo decir con certeza que el ferrocarril regó al país.
Ahora, por estos tiempos digo y pregunto: ¿cómo contabilizo el verdor, el retroceso de las salinas y la contención del esmerilado de las arenas? Si han cerrado el camino de metal, el acarreo acuoso se detuvo, los pozos se secaron, o se pudre el agua en las cisternas, y éstas, son devoradas por yuyales, que al secarse, transitan el camino de los vientos como representantes de la muerte seca. De nuevo el arenal salobre recorre las calles de los pueblos desamparados…
* Crónicas del Terraplén. La Rosa Blindada. 2007.
LOS TRABAJOS
EL AGUA, IMPORTANCIA Y MAL USO DE LA MISMA
Por Ana Lanza Taller de Literatura Centro Cultural Osvaldo Pugliese
21 de marzo del 2017
Tales de Mileto dijo: el agua es el principio de todas las cosas que existen.
En la actualidad no nos detenemos a pensar en esta frase.
Estamos muy acostumbrados al confort y olvidamos la importancia de esto.
El 71 % del planeta es agua, el 65% del cuerpo humano es agua.
En el devenir diario, el agua esta presente en la mayoría de las cosas que hacemos, alimento higiene personal, aseo del hogar, lavado de utensillos y ropa, etc.etc. Claro la tenemos a nuestra disposición, los que vivimos en lugares con agua potable. De tal manera que hacemos uso indiscriminado de la misma, sin pensar en ningún momento en la carencia de zonas que no nos incumben, total no es nuestro padecimiento.
Mientras se avanza velozmente en tantas cosas, se retrocede con la misma velocidad en el respeto por conservar y compartir lo que todavía nos proporciona la naturaleza.
En general hacemos uso y abuso de ella, lavando enseres con la canilla permanentemente abierta; si pusiéramos un recipiente debajo del chorro, tendríamos conciencia exacta de la cantidad de litros que dejamos correr, mientras fregamos los cubiertos o la poca ropa, que por casualidad lavamos a mano. Ni hablar del gasto excesivo que hacen los encargados de edificios para lavar las veredas sin escoba, barriendo directamente con la manguera. El agua está presente en la vida desde el primer momento. Nadamos en líquido amniótico, los profesionales del parto confirman que todo está bien cuando largamos el llanto, siempre debemos estar bien hidratados, la madre para amamantar debe, entre otras cosas, tomar suficientes líquidos, podemos sobrevivir unos cuantos días con falta de alimento, pero no con sed. En el desierto, los perdidos, llegar a tener la ilusión de oasis por la gran necesidad de beber. Está presente en el primer y natural sistema de reciclaje, teniendo en cuenta la evaporación de la misma, la formación de nubes, y la caída en forma de lluvia que a su vez en las zonas olvidadas se junta en contenedores del tipo que haya a mano y se utiliza para todo lo en las ciudades y los grandes pueblos se logra simplemente abriendo los grifo. Todos deberíamos ser solidarios y cuidar este vital elemento, haciendo un uso prudente de este. No es tan difícil, es una cuestión de amor por el otro.
Lo que nos ha sido regalado es menester protegerlo y compartirlo.
Octubre de 2016.
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AGUA
Por Rut Wajner Taller de Literatura Centro Cultural Osvaldo Pugliese
21 de marzo del 2017
Llega la noticia. Alguien falleció. Un amigo de la familia, muy querido, o algún pariente de otro….y al final, lo que más pesa en el ánimo, un familiar muy íntimo y directo….
Siempre lo mismo día anterior, negros nubarrones cubren el cielo., ese día, chaparrones aislados, anuncian desde el cielo, que, alguien especial, va a ascender hacia EL.
Podrían recibirlos con un sol muy brillante, que ilumine su camino hacia el paraíso.
Pero no. Pareciera que, a propósito les ponen escollos en la ruta.
A los que cavan la tumba, les cuesta horrores hacer el pozo. Con el agua chorreando por sus cuerpos, cada palada pareciera les pesara una tonelada.
Tardan el doble de tiempo para cumplir su cometido.
Por fin, ya está.
Corren presurosos para cambiarse su ropa, porque ya están llegando el occiso y su comitiva.Unaa nube multicolor de paraguas los resguarda de la lluvia.
Por delante, un religioso, que dirá las palabras de despedida.
Y por último, otra vez los enterradores deben palear la tierra para tapar el cajón del difunto.
Como cae la lluvia del cielo, igual resbalan lágrimas incontenibles de los seres queridos, que saben que nunca podrán volver a ver.
La lluvia calma y regresan a sus hogares.
Más tarde, otro chaparrón cae. Sobre la tumba la tierra se va deslizando. Pero no logra conseguir, que la persona que está bajo ella, reviva y se escape de su definitivo encierro.
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DIA DE LLUVIA
Por Rodolfo Falchetti Taller de Literatura Centro Cultural Osvaldo Pugliese
21 de marzo del 2017
Ningún día es igual a otro. Esto me lo enseñó la experiencia. Cada uno tiene sus afanes, alegrías y tristezas. Influye el estado de ánimo con que se lo observa, además de las circunstancias que nos toca vivir en esos momentos.
Para mí un día de lluvia es el mejor aliado para que fluyan los versos.
Ver como cae el agua en la ciudad sin propósito aparente, trayendo mezclados recuerdos, me sume en la nostalgia con su canto monótono.
Gotean los árboles acercando en cada gota cosas queridas, pequeños gestos que se pierden al llegar al suelo.
Ahí pasa el barco de papel que lleva a bordo amores fugaces, esperanzas vanas que parecieron eternas en su momento, algún triunfo efímero, una derrota impensada.
Puedo escribir mis poemas sobre muchos espejos. En un día de lluvia el que use quedará empañado por las brumas del pasado.
Agosto de 2015
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EL AGUA
Por Rafael Doctorovich Taller de Literatura Centro Cultural Osvaldo Pugliese
21 de marzo del 2017
Escuché las palabras del viejo, como una sentencia cargadas de solemnidad. Para mí exageradas. Sin embargo mi asombro no tuvo límite, cuando escuché a mi padre superando el pronóstico del viejo. - No crea don Victorio, -dice-, -no van a pasar cincuenta años, ahora mismo el agua vale más que el petróleo.- -Su vos era trémula, de angustia. Yo veía los daños de la sequía, pero con diez u once años, no comprendía la magnitud de las consecuencias.
-Y si no mire los trigos- continua mi padre- están espigando cachuzos (1), y el estado de los vacunos por la falta de pasto…no…si… (2), -titubeó mi padre- dan lástima.
La pampa húmeda desmentía su nombre, con varios años de pocas lluvias. Pero ahora la sequía se había ensañado con nuestra zona. Se formaban tormentas, las veíamos avanzar desde el horizonte. Esperanzados salíamos al patio a recibir y agradecer el “maná”, que venía a resucitar, a la vegetación y a los animales. Las nubes de agua pasaban de largo sobre nuestras cabezas, y se diluían las esperanzas en cuatro gotas. Veíamos con angustia pasar la tormenta, para el lado opuesto. La lluvia la intuíamos o adivinábamos allá a lo lejos, por un leve brillo plateado, entre las nubes y la línea del horizonte. Pero los ciclos no son eternos. Hay un período de normalización del régimen de lluvia, puede venir otro de sequía o de exceso de agua, inclusive con inundaciones. A esta inexorablemente, la sucede unos años de poca lluvia.
Todos sabemos la importancia y valor del agua, mirando desde la platea. Solamente el que sufrió la sequia, un incendio, o el que estuvo inundado, sabe de qué se trata.
(1)Cachuzo: en este caso, carente de harina, vacío. (2)No…si…: expresión indefinida…sin límite, según el contexto; en este caso: trágico.
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